31 jul 2012

LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA (II)

El día 14 de abril, muy de madrugada, Éibar era la primera ciudad de España que izaba la bandera tricolor y proclamaba la República.  cada hora traía nuevas proclamaciones: Valencia, Sevilla, Oviedo, Zaragoza, Barcelona, San Sebastián...
En esta misma madrugada, Romanones enviaba una nota al rey aconsejándole con claridad que abandonara España.  Mientras tanto, una nutrida manifestación comenzaba a ocupar la Puerta del Sol.  El rey se cercioró de que la Guardia Civil se negaba a salir contra el pueblo, y pidió un camino libre y un coche de escolta, listo para las cuatro de la tarde.  Romanones, que a las nueve de la mañana ya estaba en palacio, había dejado al rey completamente convencido.
Entre tanto, los miembros del gobierno provisional estaban reunidos en casa de Miguel Maura.  Allí llegó Sanjurjo (en absoluto culpable de haber asestado con su conducta el golpe de gracia a la monarquía, como le acusaban los monárquicos), con harta sorpresa para los futuros ministros republicanos.  Con apremio dijo que la Guardia Civil y él acataban la voluntad popular y pasaban al servicio de la República; se puso a las órdenes del ministro de la Gobernación (Maura), cumplimentó al presidente (Alcalá Zamora), reiteró sus ofrecimientos y se marchó.
Al poco llegó Marañón con el encargo de llevarse a Alcalá Zamora a su casa para celebrar la entrevista que había preparado el conde de Romanones en la casa neutral del ilustre doctor.  Lo que negociaron fue la inmediata salida del rey y que el Comité Revolucionario asumiera el poder como gobierno provisional.
A las tres en punto se izó la bandera republicana en el edificio de Telefónica de Madrid.  Ya se tenían noticias de lo ocurrido en algunas provincias.
Los miembros más destacados del Comité Revolucionario miraban las elecciones del día 12 y sus resultados como un triunfo moral, pero no como un triunfo definitivo.  Fue Miguel Maura el único que captó con rapidez todo el alcance del éxito urbano de las elecciones y empujó al gobierno provisional hacia la Puerta del Sol.  A las ocho y media de la noche ocupaban el Ministerio de la Gobernación y acto seguido, Maura cambiaba las autoridades de todas las provincias, lo cual se hizo posible en menos de tres horas, por teléfono y sin el menor incidente en parte alguna de España.  Simultáneamente, Alcalá Zamora dictaba decretos y nombramientos de cargos para que salieran en "La Gaceta de Madrid" al día siguiente.  Sin entrar en frases ni en detalles de lo que ocurría esta misma tarde en palacio, Romanones informaba: el rey, sereno, firmaba un manifiesto al país y discurrían los últimos y dramáticos momentos.
Alfonso XIII abandonaba el Palacio Real para siempre a las nueve menos cuarto de la noche.  En automóvil conducido por él mismo y a velocidad vertiginosa (el coche de escolta no le pudo seguir y hubo de regresar a Madrid), llegaba a las cuatro de la mañana a Cartagena, para embarcar rumbo a Marsella.
¿Quién derribó a Alfonso XIII?
No se puede culpar a Romanones, atribuyéndole la responsabilidad del último acto del drama al convencer al monarca de que todo estaba perdido y al ponerse en contacto con el Comité Revolucionario; no se puede culpar a Gabriel Maura, autor del documento de despedida del rey; tampoco se puede culpar al general Berenguer, que la noche del 12 lanzó un telegrama a las autoridades militares para que respetaran la voluntad nacional, dejando así inerme a la monarquía; no se puede culpar al general Sanjurjo, que con la fuerza de la Guardia Civil no estuvo dispuesto a salir a la calle y, por contrapartida, se ofreció espontáneamente a la República; y mucho menos se puede culpar al último gabinete de la monarquía por el derrotismo que exponenció a última hora.
En descargo de Alfonso XIII cabe decir que, al contrario de La Cierva, comprendió que republicanos y socialistas habían triunfado en Madrid y en las provincias y que la monarquía sólo se hubiera podido imponer en las grandes ciudades por medio de una guerra civil.  Obran en favor de Alfonso XIII sus buenos deseos de no contemplar esta alternativa y no querer verter ni una sola gota de sangre.
Ahora bien, las elecciones municipales habían dejado clara la impopularidad del propio rey; era el mismo monarca el que había dado un paso hacia la dictadura en 1923 y quien permitió que el gobierno Berenguer siguiera gobernando en 1930 y 1931.  Las propias clases conservadoras y la aristocracia perdieron su confianza en la monarquía y dejaron que el rey se fuera, ya que no le perdonaron su cooperación con el dictador.  Por añadidura, la Unión Patriótica, en liza con los partidos monárquicos, defendía al dictador y no a la monarquía.
Por lo que respecta a los republicanos que ahora ocupaban el poder, dice el propio Miguel Maura: 

"Nos regalaron el poder.  Que nosotros no hicimos sino recoger en nuestras manos cuidadosamente, amorosamente, pacíficamente, a España, a quien esos mismos hombres habían dejado caer en medio del arroyo.  Nos regalaron el poder, repito... Suavemente, alegremente, cuidadosamente, había nacido la Segunda República Española.  La revolución ha llegado sin una gota de sangre; republicanos e intelectuales creen que España ha llegado al más alto grado de madurez política; los obreros, ilusionados por la palabra libertad dan rienda suelta a una gran esperanza".

(ESTA ENTRADA ESTÁ DEDICADA A MI PADRE, DON ANTONIO, CUYO TESTIMONIO PERSONAL ME HA AYUDADO A ENTENDER MEJOR LOS ACONTECIMIENTOS EXPUESTOS Y TODOS LOS QUE LE SIGUIERON.  GRACIAS PAPÁ)

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LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA (I)

En teoría, las elecciones del 12 de abril de 1931 eran municipales, pero en realidad no eran unas elecciones administrativas, sino un plebiscito en el que el tema era éste: ¿Ha sido o no Don Alfonso XIII responsable y cómplice del golpe de Estado y de la violación de la Constitución? ¿Es o no Don Alfonso XIII un rey perjuro?
Las ciudades pequeñas y pueblos votaron por la monarquía y salieron mayoría de concejales monárquicos pero las grandes ciudades rechazaron a un rey "todavía aceptable para la opinión general".
Contra el optimismo monárquico que se respiraba la víspera del 12 de abril, el triunfo republicano en las ciudades fue aplastante; tan indiscutible, que hasta Guadalajara y Murcia, feudos clásicos de los monárquicos Romanones y La Cierva, el electorado se volcó del lado republicano.  Romanones confesó que todo estaba perdido.  Berenguer, como ministro de la Guerra, mandaba un telegrama al ejército reconociendo la derrota y aconsejando orden público.  La circular telegráfica terminaba así:

"Ello será garantía de que los destinos de la Patria han de seguir, sin trastornos que la dañen intensamente, el curso lógico que les impone la suprema voluntad nacional".

Los demás ministros aceptaron los hechos; sólo La Cierva propuso una abierta resistencia a dar paso a la República, aunque ello fuera a costa de una dictadura.  ¿Una dictadura sin contar con la lealtad general del ejército?
Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, no estaba dispuesto a ir entonces contra la voluntad nacional, y no podía sacar sus fuerzas contra el nuevo estado de cosas.  Siguió el desconcierto del lado monárquico durante todo el día 13.  El presidente del Consejo, almirante Aznar, se despachaba ante los periodistas: "¡Qué quieres ustedes que les diga de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano!"
Romanones, que dirigía los acontecimientos de las dos últimas jornadas por el lado monárquico, lo veía todo perdido y tenía que aconsejar al rey que llegara a un acuerdo con el Comité Revolucionario de Alcalá Zamora.  El rey, sin perder la calma, estaba de acuerdo con ello, aunque suponía que la monarquía de Alfonso XIII había pasado a la historia.  El otro camino implicaba el derramamiento de sangre, y el monarca estaba dispuesto a que no se vertiera ni una sola gota por su causa.
Por la tarde del día 13 se reunieron todos los ministros.  Hubo lamentaciones, impaciencia por verse libres de las responsabilidades que aún pesaban sobre ellos y acuerdo en que la monarquía era ya ilegítima.  Era necesario acabar cuanto antes con el trance y con la presencia del rey en Madrid.
Esa misma tarde hubo manifestaciones enarbolando la bandera tricolor republicana y entonando el himno de Riego.
Había que abordar con rapidez la única solución posible para evitar males mayores: la transmisión de poderes, cosa que el conde de Romanones captó claramente.

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LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1930-1931) (VI)

Como Sánchez Guerra no pudo formar gobierno, el rey llamó a Melquíades Álvarez, con quien tampoco hubo nada que hacer.   Estaba claro: el Comité Revolucionario tenía más fuerza que el rey, y la monarquía se hallaba ya en la antesala de la revolución.
El rey convocó una reunión de varias personas, conminándolas a aceptar una cartera ministerial.  Así lo cuentan los propios ministros del último gobierno de la monarquía, que fueron éstos: ministro de la Presidencia, almirante Aznar; de Estado, Romanones; de Gracia y Justicia, marqués de Alhucemas; del Ejército, Berenguer; de Marina, Ribera; de Hacienda, Ventosa; de Instrucción Pública, Gascón y Marín; de Fomento, La Cierva; de Trabajo, duque de Maura; de Economía, Bugallal; de la Gobernación, Hoyos.
Esto no era un gobierno (Miguel Maura lo llamó "engendro"); carecían de unidad; estaban en desacuerdo constante; carecían hasta de presidente, aunque el titular era Aznar, quien se hizo famoso por leer novelas en los momentos de peligro y de quien se dijo que era un almirante cuya presencia resultaba el anuncio del naufragio.
Este gobierno, que nació ya fracasado, fijaba oficialmente para el 17 de marzo todo el ciclo electoral: el 12 de abril tendrían lugar las elecciones municipales; el 3 de mayo, las provinciales; el 7, las de diputados, y el 14 de senadores.  Sólo las primeras llegaron a realizarse.
En aquellos momentos, la soledad del rey era un hecho, y la monarquía, un cadáver en pie, expuesto a ser derribado al menor soplo.  La autoridad se relajaba y el ambiente era revolucionario: los estudiantes prorrumpieron en algaradas, y, parapetados en la Facultad de Medicina, disparaban contra la Guardia Civil. El gobierno, que no quería hacer mártires con medidas de rigor, llegó a un acuerdo con el decano y retiró  sus fuerzas, contra el criterio del director general de Seguridad (Mola).
En el clima y la situación descrita comenzó el 20 de marzo de 1931 el juicio público contra los miembros del Comité Revolucionario (esto es, contra el gobierno provisional de la República), que habían sido detenidos a raíz del pronunciamiento de Jaca.
El juicio fue un espectáculo revolucionario, al que en algo coadyuvó el propio presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, general Burguete.  Éste escogió la gran Sala de Plenos del Palacio de Justicia.
Los encarcelados (esto era un eufemismo, ya que vivían en la cárcel como pachás y hacían casi lo que querían; tengamos en cuenta que un preso político era un personaje admirado y respetado en la cárcel, al que se le permitía comer, vestir, leer, reunirse y recibir visitas), que eran tratados como héroes y recibían montañas de telegrama y adhesiones, pusieron sus condiciones: no admitían ser trasladados de la cárcel al tribunal en coches del Estado, sino en sus coches particulares, sin escolta y sin acompañamiento. Se les había citado a las tres menos cuarto, pero como los presos no quisieron comer precipitadamente, se presentaron una hora después, haciendo esperar al tribunal.
Los abogados defensores eran Sánchez Román, Victoria Kent, Luis Jiménez de Asúa, Francisco Bergamín y Osorio y Gallardo.  Tanto los abogados como los propios cesados defendían y se defendieron con arengas y mítines revolucionarios, coreados con vivas y mueras por el público.  Abogados y procesados comían juntos en el propio Tribunal Supremo, invitados por el decano y el secretario del Colegio de Abogados, que no eran otros que un abogado defensor (Ossorio) y un procesado (Miguel Maura).
El juicio, para concluir, fue un acto revolucionario (de "escándalo lamentable" lo calificó "El Debate"); el fiscal pidió quince años de prisión; el tribunal lo dejó en seis meses, aunque Burguete y otro propusieron la absolución pura y simple.  En la práctica, fueron puestos en libertad y conducidos en triunfo por las calles.
Algún periódico francés, comentando estos hechos, juzgaba al gobierno como el más liberal, el más paternal y el más débil del mundo.

LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1930-1931) (V)

Comenzó el año 1931, y el pesimismo cundía en el campo monárquico; muchos funcionarios del gobierno se pasaban a las filas republicanas, y el propio general Berenguer confesaba públicamente que para él "ser republicano es una equivocación, pero no creo que sea pecado".
En el segundo mes de 1931 salió a la vida pública la "Agrupación al Servicio de la República", grupo político creado por Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Marañón y otros intelectuales.  Esto significaba un renacimiento intelectual de gran valor y optimismo salía ala vida nacional, como dejan ver claramente estos párrafos de su manifiesto inicial:

"Cuando la historia de un pueblo fluye dentro de su normalidad cotidiana, parece lícito que cada cual viva atento sólo a su oficio y entregado a su vocación. Pero cuando llegan tiempos de crisis profunda en que, rota o caduca toda normalidad, van a decidirse los nuevos destinos nacionales, es obligatorio para todos salir de su profesión y ponerse sin reservas al servicio de la necesidad pública.  Llamaremos a todo el profesorado y magisterio, a los escritores y artistas, a los médicos, a los ingenieros, arquitectos y técnicos de toda clase, a los abogados, notarios y demás hombres de ley. Muy especialmente necesitaremos la colaboración de la juventud.  La República será el símbolo de que los españoles se han resuelto por fin a tomar briosamente en sus manos propias su propio e intransferible destino."

Los intelectuales que no habían sido tomados nunca en serio por la monarquía se desquitaban ahora; su eficacia política no sería excesiva, pero tuvieron una excelente acogida entre la juventud intelectual y entre numerosos miembros de los partidos políticos.  Mientras tanto, y pese a que todavía el rey y la reina fueron objeto de alguna adhesión popular, las clases dirigentes de la monarquía iban siendo presas de una psicosis de suicidio, cumpliéndose, dice Maura, el proverbio clásico de Plutarco:  "Los dioses ciegan a quienes quieren perder".
Por lo demás, los republicanos tampoco tenían a estas alturas enemigos políticos, pues no podían llamar así a los centristas Cambó, Gabriel Maura, etc.
Esta parálisis que invadía al gobierno contagiaba hasta a la misma policía , como el propio Mola, que entonces era director general de Seguridad, confesó luego en sus memorias.
Muchas de las defecciones que sufrían las fuerzas monárquicas se debían al aplazamiento de una elecciones generales que tanto el rey como Berenguer deseaban ver hechas realidad para clarificar de una vez la atmósfera irrespirable del campo político.  Los que obstaculizaban estas elecciones eran Romanones y el marqués de Alhucemas (iban y venían a Hendaya y a París para obtener el acuerdo del impertérrito Santiago Alba), quienes se negaron a ir a unas elecciones bajo una semidictadura, prefiriendo más la idea de unas neutras y simples elecciones municipales, que por otra parte creían fáciles de manejar con sus resortes caciquiles a la vieja usanza.  En estas condiciones, Berenguer presentó su dimisión, cosa que el rey ya sabía, y como en él era costumbre, aceptó sin vacilar.
Comienza así el pequeño calvario de las consultas a los políticos para formar gobierno.  Desfilan por palacio el duque de Maura, Romanones, el marqués de Alhucemas. El primer consultado fue Sánchez Guerra, quien exigió del rey una confianza absoluta, ya que como él dijera, "una vez más se comprueba que la realidad tiene más fuerza que la realeza".  Sánchez Guerra, el político que había desahuciado a Alfonso XIII en una cercana conferencia y el conservador que acababa de decir que en aquellos momentos ya no era el rey quien mandaba, sino la realidad, "realizó un acto histórico".
Se presentó en la Cárcel Modelo para ofrecer y compartir el gobierno con los republicanos encarcelados: Alcalá Zamora, Largo Caballero, Fernández de los Ríos y Miguel Maura.  Los presos rechazaron sus ofertas, esto es, los que estaban en el banquillo de los acusados no estaban en el poder porque lo habían despreciado.  Este gesto, sin duda, fue otro golpe mortal para el régimen.

LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1930-1931) (IV)

La rebelión estaba planeada para el 15 de diciembre, pero unos cambios de plan, unos desacuerdos o malas interpretaciones confundieron a los conspiradores.  Antes del amanecer del día 12, la guarnición de Jaca, reforzada por algunos jóvenes entusiastas, proclamó la República y marchó sobre Huesca.  En Ayerbe chocaron con tropas que les hicieron frente. Los dos jefes, Galán y García Hernández, fueron fusilados.  La República comenzó a tener sus mártires.  La acción del capitán Fermín Galán fue un lamentable error, llevada sin la menor habilidad estratégica ni militar.  Galán tenía prisa por obtener para sí la gloria de una revolución triunfante.  Tanto Galán como García Hernández habían sido fusilados tras un juicio sumarísimo y sin consulta ni conformidad del Gobierno.  Los retratos de estos dos "mártires" se mostrarían colgados en las paredes de las clases obreras durante toda la Segunda República.
El gobierno, en vista de lo ocurrido en Jaca, tomó drásticas medidas en los cuarteles y capitales parando en seco todo intento de sublevación militar; como el ejército no salió a la calle, los obreros de la U.G.T., fieles a la consigna, no se movieron.  Sólo en Cuatro Vientos, Ramón Franco, Sandino, Queipo de Llano y otros habían tomado el campo y detenido a sus jefes, pero tuvieron que fugarse, tras sobrevolar Madrid, lanzar octavillas y observar que en las calles de la capital la vida seguía su curso normal.
Los conspiradores de Madrid fueron rápidamente arrestados por el gobierno. Allí fueron a parar Miguel Maura, Álvaro de Albornoz, Largo Caballero, Fernando de los Ríos, Casares Quiroga y don Niceto Alcalá Zamora que fue detenido al salir de misa.  Lerroux ni siquiera fue buscado; Azaña se escondió en Madrid y Domingo y Prieto se escaparon a Francia en las mismas barbas de la policía.
Hubo republicanos que afirmaron que este fracaso fue un éxito para la República, pues de haber salido bien las cosas, la República hubiera sido consecuencia de otro pronunciamiento.  La opinión dio un viraje hacia una solución civil republicana, mientras el martirio de Galán y Hernández se explotaba como ejemplo de crueldad por parte de Alfonso XIII.
De todas formas, dice un testigo de estos hechos, Miguel Maura: 

"La República era inevitable porque la Monarquía ya no era más que un cadáver en pie: sin alzamientos, sin héroes, sin mártires y hasta sin republicanos hubiese venido lo mismo, con la única diferencia que en vez de hacerlo pacífica, ciudadana y ejemplarmente, su advenimiento hubiese podido ser violento, anarquico y caótico sin la "colchoneta" del Gobierno Provisional".

Mirando la Historia de las Españas de los siglos XIX y XX desde la perspectiva del año 1931, quedaba claro que la monarquía de los Borbones había perdido su autoridad y una gran parte de su prestigio sentimental sobre el pueblo español.

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LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1930-1931) (IV): EL PACTO DE SAN SEBASTIÁN

En el verano de 1930 la monarquía se desmoronaba, como reconocían las propias autoridades del régimen. Los antimonárquicos, dedicados a preparar la colchoneta en la que había de caer fatalmente el cuerpo nacional cuando llegase la hora del cambio de régimen, firmaron el "Pacto de San Sebastián".
En la tarde del 17 de agosto de 1930 estaban reunidas en el Círculo Republicano de San Sebastián las siguientes personas, presididas por Sasiaín: Alejandro Lerroux, por Alianza Republicana; Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Ángel Galarza por el Partido Radial Socialista; Manuel Azaña, por la Izquierda Republicana; Santiago Casares, por la Federación Republicana Gallega; Carrasco Formiguera, por Acció Catalana; Matías Mayol, por Acció Republicana de Cataluña; Jaime Ayguadé, por Estat Catalá; Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura por la Derecha Liberal Republicana; Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, por su propia cuenta, ya que el partido socialista no había querido dar su conformidad hasta saber el resultado de la reunión; estaban invitados Felipe Sánchez Román y Eduardo Ortega y Gasset; Gregorio Marañón envió un telegrama de adhesión.
Se acordó en esta reunión llevar al Parlamento, en su momento, un Estatuto de Autonomía siempre y cuando el pueblo catalán deseara, mediante elecciones libres, esa autonomía; se trató de la preparación del movimiento revolucionario y se nombró un Comité Ejecutivo, que llevaría la dirección de la política republicana; el presidente de este Comité Revolucionario fue Alcalá Zamora, republicano converso y figura del pasado, que servía para tranquilizar a burgueses y conservadores católicos. Lerroux tuvo que transigir y volver la espalda a su pasado, ya que su aversión a los catalanes, a la Iglesia y a los socialistas suponía un peligro para dicho frente republicano; esto desasosegó a los republicanos radicales, que, como se sabe, tenían una gran fuerza electoral.  De entre los partidos obreros, los socialistas aceptaban una república no socialista, aunque debería llevar a cabo un programa con un mínimo socialista; respecto a los anarquistas, las relaciones eran tenues, debido a inciertos compromisos y a las clásicas tácticas puristas de la C.N.T.
Este Comité Revolucionario comenzó a contrastar sus criterios acerca de la revolución, de pautas a seguir con la propiedad, con la Iglesia, con los personajes de la Dictadura y del gobierno...  Las disparidades eran muchas, aunque llegó a prevalecer un criterio moderado.  También se dedicaron a formar un gobierno provisional y a repartirse entre ellos las diferentes carteras ministeriales. Seguían con sus reuniones en el Ateneo, donde redactaron un manifiesto al país.
Estaban preparando la acción revolucionaria, aunque sus relaciones con la mesa sindical suponían un delicado problema, ya que querían su alianza, pero temían armarla.  El mes de noviembre de 1930 fue un mes de agitación social y con hechos políticos claros, como los regresos de Unamuno y Maciá, la conspiración de varios oficiales del ejército, las manifestaciones estudiantiles...

LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1930-1931) (III)

Miguel Mauray otros miembros de su partido analizaban la conducta a seguir. Sus pasos iban encaminados a sumarse a la revolución naciente y a defender los principios conservadores dentro de una república que no querían que fuera monopolio exclusivo de las izquierdas y de las agrupaciones obreras. Miguel Maura -cuenta él- fue a despedirse de Alfonso XIII y a decirle que se pasaba al campo republicano.
Ossorio y Gallardo, decano del Colegio de Abogados de Madrid, se declaraba "monárquico sin rey" en el Ateneo de Zaragoza.  Otros muchos mauristas, aún vacilantes, se pasaban al republicanismo.
AlcaláZamora pronunciaba otro discurso en el Teatro Apolo de Valencia.  Don Niceto, que había sido ministro de la monarquía, se declaró enemigo irreconciliable del rey y partidario de una república viable, gubernamental y conservadora.  El entusiasmo por la república crecía, al tiempo que inspiraba confianza a las clases medias, conservadoras por tradición y por instinto.
Los tradicionales partidarios de la república estaban más animados que nunca; cada vez ganaban más adeptos.
Largo Caballero, el hábil dirigente de la Unión General de Trabajadores (U.G.T.), había aceptado la mano de Primo de Rivera y el cargo de consejero en el Consejo de Estado.  Con la influencia y poder de que gozaba en los organismos oficiales, había extendido por toda España la red de la organización sindical y la del partido socialista.  Al formarse el gobierno de Berenguer, el P.S.O.E. era el único partido verdadero existente en toda la nación, y la U.G.T. la única organización sindical decisiva. Largo Caballero, trabajador y sagaz, se apresuró a abandonar la nave de la monarquía.
Indalecio Prieto,auténtico político de raza, pronunciaba discursos revolucionarios en los que salían malparados rey, gobierno y autoridades.  Diversos especialistas en el tema están de acuerdo en afirmar que Prieto fue la primera figura política de esta época en la historia de España.  Practicando un realismo político, iba rápido en busca de sus objetivos.  Atacó mortalmente al rey y a Berenguer, haciéndoles responsables de los sangrientos desastres de España en el Rif; contra los responsables de estos desastres sólo había un camino: revolución y república.  Debe ser tenido en cuenta que los socialistas, tanto en estos momentos como más tarde, tenían en sus manos la suerte de España y de la República.
Intelectuales y estudiantes eran hostiles a la monarquía y al gobierno.  Ortega y Gasset, Marañón, Unamuno... hacían de "élites" de orientación.  Para celebrar la Fiesta Nacional del Trabajo el 1º de mayo de 1930, se hizo venir de Salamanca a Unamuno para que presidiese la tradicional manifestación, en desagravio popular por el trato injusto que le había infligido la Dictadura.
De entre los militares muchos eran los que conspiraban o demostraban simpatías por la república; en cualquier caso, se abstenían, dejando así a la monarquía indefensa.

30 jul 2012

LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1930-1931) (II)

Los políticos analizan posibilidades y toman posiciones.  De los partidos liberal y conservador que habían jugado su triste papel en las postrimerías del régimen parlamentario (1917-1923) no quedaba sino el recuerdo.  Los seis años de Dictadura y de ostracismo pesaban como una losa.  Entre las fuerzas monárquicas campaba un gran desconcierto, ya que nadie sabía adónde se iba y nadie creía en la "vuelta a la normalidad constitucional".  en muchos, el monarquismo se había enfriado y analizaban su conducta a seguir, pero conscientes de que el régimen monárquico se desvanecía o se había suicidado ya.  Para otros políticos de derechas, el ideal era seguir con una dictadura que garantizara sus privilegios.
Cambó, la gran reserva de la derecha, se veía desplazado del primer plano de la escena política, tanto por su hundimiento físico como porque la Lliga había perdido enteros en Cataluña a costa de otros partidos y de otros catalanistas más de izquierda.
Santiago Alba, ofendido por Primo de Rivera, prefería mantenerse al margen de la nueva situación; el rey se esforzó en tender la mano al antiguo jefe de la izquierda liberal.  El ministro de Estado, Cambó, y otros fueron a convencerle a Paría. Alba exigió que el rey debía mostrar públicamente sentimientos distintos a los conocidos durante la Dictadura; quería una consulta sincera y escrupulosa al sufragio universal popular; revisión constitucional; monarquía sustantivamente democrática, parlamentaria y a salvo de intrusiones personales; garantías públicas...; un gobierno de concentración de izquierdas, tan amplio como fuera posible y constituido, en parte, por ministros republicanos y socialistas.  El rey parecía no oponerse a estas exigencias, pero Santiago Alba seguía sin venir a España.  Desde París era difícil tejer los esfuerzos.  Alba, se ha dicho, dejó escapar la ocasión decisiva tanto para su historia política como para el régimen y para España.
Romanones hacía lo posible por obstaculizarel programa político de Berenguer, oponiéndole la necesidad de llevar a cabo, previamente a las elecciones a Cortes, unas elecciones municipales.
Otros políticos dinásticos, por no seguir con nombres, exponenciaban una división, unas intrigas políticas, una desacreditación progresiva, que barrenaban el programa de Berenguer de acudir directamente a unas elecciones a Cortes.  Imposibilitado de esta forma Berenguer por estos jefes y jefecillos políticos monárquicos, no tenía sentido que siguiera gobernando.  Pero como Alba no recogía el guante, todo ello iba en beneficio del empuje que estaban demostrando republicanos y socialistas.
Sánchez Guerra era un conservador conjurado contra Primo de Rivera y juzgado por él mismo.  De esta prueba había salido como héroe popular.  Este jefe de los conservadores, en una resonante conferencia pronunciada en el Teatro de la Zarzuela, se declaró todavía monárquico, pero antialfonsino.  Recordemos que de los cuatro hijos de Alfonso XIII, dos: Alfonso y Gonzalo, eran víctimas de la hemofilia; otro, Jaime, era sordomudo; y el único sano, Juan, sólo contaba dieciséis años).  Sánchez Guerra dijo también que no era republicano, pero reconocía que España tenía derecho a ser una república.  El político siguió atacando a la monarquía, parodiando versos clásicos:

Que el matador fue Bellido
y el impulso soberano.

O aquellos otros:

Ni más servir a señores
que en gusanos se convierten.

La herida causada a la persona del rey y a la monarquía era grave y representaba la desilusión de los "monárquicos sin rey", la desaparición de la confianza puesta en el monarca y la simpatía de los partidos realistas por quienes deseaban acabar con la monarquía.

LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA (1930-1931) (I)

Los 14 meses que van desde la caída de Primo de Rivera (30 de enero de 1930) hasta la caída de Alfonso XIII (14 de abril de 1931) fueron un plazo inclinado hacia la República.  El rey solucionará así la sustitución del dictador: el general Berenguer, que no simpatizaba mucho con Primo de Rivera y que era un militar íntegro, se encargará de volver las cosas a la normalidad, o lo que es lo mismo, se encargará de salvar la monarquía.
Miguel Maura, al analizar este episodio capital, culpa a Alfonso XIII de haber dado al traste con su propio prestigio, con su popularidad y, a la postre, con su trono.  ¿Por qué, pues, el gobierno de Berenguer?  Palabras del propio Maura:

"Porque el rey era el máximo responsable de la violación constitucional y del advenimiento de la Dictadura; porque la había alentado y sostenido con calor y entusiasmo durante los seis años de su duración; porque nada quedaba ya en pie de la Constitución de 1876; porque nadie, ni los más conspicuos miembros de los partidos tradicionales de la Monarquía, creía posible su resurrección, aventados sus organismos tras los seis años de marasmo ciudadano impuesto por la Dictadura; porque esas cuatro ficciones (rey sorprendido por la Dictadura; rey sin iniciativa y sometido al dictador; rey que había dejado la Constitución de 1876 sin vigencia por corto tiempo, y rey, liberado del dictador, que vuelve a los partidos tradicionales de la Restauración), en las que el rey apoyaba su conducta, producían la indignación popular, el soberano estaba solo, completamente solo, en enero de 1930, y no podía sino apelar a uno de los generales incondicionales suyos."

La misión de Berenguer será, pues, sin hacer peligrar al rey, restablecer la Constitución de 1876 mediante unas elecciones libres.  Había que evitar por todos los medios que unas Cortes constituyente acabaran con la monarquía, previa exigencia de responsabilidades a Alfonso XIII respecto a la Dictadura.
Pero el gobierno de Berenguer (con los ministros Argüelles, Matos, Estada, Sangro, Carvia, duque de Alba, Wais y Torno) no representaba a las fuerzas del país ni a los partidos políticos.  Eran, comos e ha dicho, unas personas excelentes sin ilusión y resignadas a compartir con el rey el desmoronamiento final de la monarquía.  Para colmo, quizá hubiera tenido éxito el convocar unas Cortes inmediatamente, pero esto se fue dejando hasta marzo de 1931; en esta fecha eran ya muchos más los políticos sin fe en una monarquía cada día menos popular.

LA DICTADURA Y EL FRACASO POLÍTICO (V)

La peseta bajaba. Ya nos hemos referido anteriormente a la depresión mundial de 1929, que tenía un reflejo alarmante en el desplome de la peseta.  A esto había que sumar el crónico déficit comercial de España, fuga de capitales, malas cosechas, inflación interna originada por las obras públicas, etcétera.
Mientras los hombres de negocios medraban y los trabajadores tenían trabajo, todo lo bueno era atribuido al general Primo de Rivera y a la supresión del Parlamento.  En el mismo instante en que el comercio empezó con el muro infranqueable de la crisis mundial y los trabajadores se vieron enfrentados con una producción que disminuía, todos los infortunios se achacaron al "dictador egoísta" y surgió un grito casi unánime pidiendo la convocatoria del Parlamento.
Y el propio Primo de Rivera escribía un mes antes de dimitir:

"¿Por qué hemos intervenido en el cambio internacional?  No me va a acreditar de diplomático ni de sofístico la respuesta.  Hemos intervenido por error, porque hemos padecido una equivocación.  Cuando hace aproximadamente un año (en diciembre de 1929 la libra se cotizó a 36,40 pesetas) vimos subir la peseta a poco más de 27 la libra, se nos llenó el ojo y alegró el ánimo, y la vanidad nacional nos hizo soñar unas horas en alcanzar la paridad.  ¡La peseta oro! ¡Viva España!  Ello era más un éxito moral que económico... El acierto entonces hubiera estado en comprar muchas libras y dólares, al tipo de 27, 28, 29 y hasta 30 la libra, forzando nosotros mismos el alza de esta moneda, y al llegar a este punto tomar medidas para estabilizar la nuestra: es decir, estabilizar en el momento de abandonar nuestra protección en el mercado a la libra, para que, falto de ella, tendiese no a subir sino a bajar, y además que nos cogiera con libras en superreserva para mejor mantener la estabilización.  Claro es que estas cosas se ven después de haber ocurrido.  Pero, desgraciadamente, la libra empezó a subir por sí misma y muy rápidamente, y entonces se nos ocurrió contener su alza, en defensa del valor de nuestra moneda, comprando pesetas al precio que salían, es decir, vendiendo o comprometiendo libras, y ya metidos en ese camino, como pasa al jugador que pierde y va al desquite, es difícil detenerse."

Primo de Rivera hablaba por boca de Cambó (quien censuraba al Gobierno por sus intentos de ocultar los efectos de una inflación que había provocado él mismo y porque llevaba a cabo una política monetaria en contradicción con su política económica inflacionista) y por la de Flores de Lemus (el más respetado economista español, quien acababa de presentar un informe sobre el patrón oro).  El ministro de Hacienda, Calvo Sotelo, esperaba contener ulteriores descensos en la cotización mediante compras estatales de pesetas en el mercado de Londres y se afanaba en el mantenimiento de la peseta (decía) como "índice de la capacidad moral de la raza española".. Replicaba que la economía era sana y que la caída de la peseta había sido maquinada por especuladores, derrotistas y obstruccionistas.

Primo de Rivera, enfermo, veía que se acercaba el fin.  La oposición -desde republicanos a conservadores y desde estudiantes a militares, pasando por obreros, eclesiásticos, banqueros, industriales...- seguía diciendo que la Dictadura era un régimen sin ideas y sin futuro.  El político catalanista y conservador Cambó, muy versado en el tema de las dictaduras, dirá.

"La Dictadura estimula el egoísmo... Bajo todas las dictaduras las virtudes cívicas se anulan y acaban por desaparecer.  El Estado se convierte en un gran sindicato de egoísmo que la Dictadura procura fomentar y proteger."

Los "primorriveristas" decían que las buenas intenciones del dictador eran derrotadas por una coalición de derechistas egoístas, por especuladores y por la "internacional del oro".
Primo de Rivera aún daba notas como ésta:

"Cuando al final de la jornada de ayer, tras diez horas de incesante trabajo, ajeno por completo a chismorreos y menudencias, he recibido a los informadores de la Prensa, me ha sido dado a conocer la intensidad con que ser han cotizado en los mentideros.  Es enojoso salir al paso de tanta miseria; pero no hay otro remedio...  Como la Dictadura adivinó por la proclamación de los militares, a mi parecer interpretando sanos anhelos del pueblo, que no tardó en demostrarle su entusiasta adhesión, con la que más acrecida aún cree seguir contando hoy, ya que esto último no es fácil de comprobar con rapidez y exactitud numérica y lo otro sí, a la primera se somete y autoriza e invita a los diez Capitanes Generales, jefe superior de las Fuerzas de Marruecos, tres Capitanes Generales de los Departamentos marítimos y Directores de la Guardia Civil, Carabineros e Inválidos, a que tras una breve, discreta y reservada exploración, que no debe descender de los primeros jefes de unidades y servicios, le comuniquen por escrito, y si así lo prefieren se reúnan en Madrid, bajo la presidencia del más caracterizado para tomar acuerdo, y se le manifieste si sigue mereciendo la confianza y el buen concepto del Ejército y la Marina.  Se le falta, a los cinco minutos de saberlo, los poderes del jefe de la Dictadura y del Gobierno serán devueltos a S.M. el Rey, ya quede éste los recibió, haciéndose intérprete de la voluntad de aquéllos."

El rey lo mandó llamar a su presencia para recriminarle su decisión, al tiempo que comprendía y deseaba su partida.
Primo de Rivera se retiró el 30 de enero de 1930, para morir poco después en París (el 17 de marzo).
El rey encargaba al general Dámaso Berenguer la formación de un nuevo gobierno.

29 jul 2012

LA DICTADURA Y EL FRACASO POLÍTICO (IV)

Primo de Rivera se había reservado la decisión de ascender o no a los coroneles a generales; manejando este ascenso clave, podía castigar a los oficiales cuya fidelidad política le era dudosa.  Muchos militares creían que el poder militar en sí mismo comprometía al ejército al convertirlo en partido político.  El frente militar tuvo su expresión en el pleito del Arma de Artillería.  Sabido es que los privilegiados artilleros renunciaban a ascensos en pro de su estricto escalafón de antigüedad, renuncia que les era recompensada.  Primo de Rivera (que nunca había tenido nada que ver con este cuerpo) les cortó la recompensa en 1926, haciendo retroactiva su medida hasta 1920.  Los oficiales artilleros protestaron y se declararon en huelga.  Ante esta reacción violenta, Primo de Rivera contestó con un Real Decreto aún más tremendo:

"... todos los jefes y oficiales de la escuela activa del Arma de Artillería se considerarán provisionalmente paisanos, sin derecho a haber activo ni pasivo alguno, al uso de uniforme ni carnet militar, mientras no fueran reingresados de nuevo en el Ejército... (y jurarán... fidelidad y obediencia al Gobierno actual contra el que se había procedido sediciosamente."

El pleito alcanzó un punto catastrófico.  Alfonso XIII se mostró descontento por este golpe del dictador contra el orgulloso cuerpo, pero tuvo que firmar bajo serias amenazas; los oficiales de otros cuerpos sintieron que se tratara como delincuentes a sus hermanos; los artilleros se separaron del rey y se inclinaron por el republicanismo.
El régimen estaba perdiendo la base esencial de su poder.  Ya nos hemos referido a la "sanjuanada" contra el dictador en 1926, con la participación de los generales Aguilera, Weyler y el coronel Segundo García.  A finales de 1928 se atajó, antes de nacer, otro conato de pronunciamiento, fraguado por los cadetes de la Academia de Segovia, en connivencia con jefes y oficiales de Segovia, Valladolid, Vitoria, Logroño y Carabanchel.  En enero de 1929, el político Sánchez Guerra, de acuerdo con el general Aguilera, don Miguel Villanueva y otros, intentó un nuevo pronunciamiento en Valencia.  No tuvo éxito, porque faltó el concurso del general Castro Girona, quien, aunque no pensó sublevarse, fue procesado y condenado; este "atropello" en nada podía beneficiar a la Dictadura. Simultáneamente surgió un chispazo de rebeldía en Ciudad Real, a cargo de los artilleros del Primero Ligero, quienes terminaron rindiéndose, pese a no ser contrarrestados ni por la Unión Patriótica ni por el Somatén.
Todo esto era demasiado significativo para que el dictador no se sintiera desilusionado y considerara que la Dictadura estaba en vísperas de la agonía.

LA DICTADURA Y EL FRACASO POLÍTICO (III)

Primo de Rivera nunca entendió el mundo de los universitarios y los escritores.  Miguel de Unamuno fue privado de su cátedra, confinado y desterrado; de acuerdo con Ortega y Gasset, atacó duramente al dictador.  Los estudiantes admiraban a don Miguel de Unamuno y se sumaron a la oposición de los intelectuales para defender sus intereses.  Concentrados en el sindicato acatólico F.U.E. (Federación Universitaria Española), se opusieron a que las universidades privadas católicas dieran títulos.  La disputa se extendió a todas las universidades españolas, menos Zaragoza.  La oposición al régimen llegó a ser abierta y permanente.  Primo de Rivera reaccionó clausurando la universidad de Madrid y suspendiendo las clases en otras.  Una nota muy desgraciada del dictador, en la que llamaba perezosos a los profesores y demasiados y frívolos a los estudiantes, agravó el caso.  Ramón Menéndez Pidal dejó oír su voz; José Ortega y Gasset, Sánchez Román, Jiménez de Asúa, De los Ríos y García Valdecasas renunciaron a sus cátedras; otros muchos siguieron este ejemplo, como Marañón, Pérez de Ayala, Azaña..., desencadenando una guerra implacable; Valle-Inclán también fue arrestado; los dirigentes estudiantiles fueron relegados a Cuenca; los colegios de abogados se sumaron a esta repulsa; el Ateneo de Madrid fue también clausurado.  La tempestad desencadenada adquirió proporciones insospechadas por el gobierno, quien obrando torpemente aumentaba la reacción universitaria.
Primo de Rivera seguía en sus trece diciendo que los profesores explotaban a sus alumnos y que los estudiantes perdían el tiempo en política.  Decididamente, como se decía entonces, el dictador carecía de "formación universitaria".
La situación se hizo prácticamente insostenible: los estudiantes extranjeros iniciaron movimientos de solidaridad; aparecieron octavilla y poemas contra Primo de Rivera; un busto de Alfonso XIII fue destruido en la nueva Ciudad Universitaria, indicando los peligros que entrañaba para la monarquía el apoyo continuado a la Dictadura.
Pero no sólo la vieja oligarquía política, los obreros, los intelectuales, los estudiantes, los republicanos... se oponían al dictador.  También el ejército -y esto era quizá más grave-dejó de apoyarle.  Los militares habían allanado su ascenso, y cuando dejaron de ser fieles al general, éste dimitió.

LA DICTADURA Y EL FRACASO POLÍTICO (II)

A la altura de 1926, seguía dejándose pasar la oportunidad de renovar a fondo las estructuras campesinas.  En Cataluña, la vida oficial impuesta por el dictador estaba cada vez más divorciada de la realidad catalana; Primo de Rivera era incapaz de imaginar las consecuencias reales de su política, y seguía sosteniendo la concepción unitaria:

"Por fortuna, en Vasconia, como en Galicia, como en Cataluña, la fiebre engendradora de recelos y arrogancias regionalistas ha desaparecido, y tan español es hoy el glorioso árbol de Guernica como Poblet, Santiago, Guadalupe o la Giralda, y la sardana como la praviana o la jota, y la barretina como la boina o el sombrero charro."

No se daba cuenta el dictador de que podía haber definiciones tan buenas como las suyas propias acerca de lo sano y lo patriótico.  La realidad estaba diciendo que Maciá triunfaba en Cataluña, imponiéndose a Cambó. Aunque su entrada en España con unos cientos de hombres fracasó, dicha aventura tuvo gran trascendencia internacional, si bien para Primo de Rivera careció de significado.
También la oposición conservadora, con Sánchez Guerra a la cabeza, se endureció, y, como políticos insultados e injuriados por la Dictadura, acudieron a Alfonso XIII para decirle que Primo de Rivera estaba cometiendo "un acto ilegítimo y faccioso": la sentencia de muerte oficial del gobierno parlamentario y constitucional.
Políticos, intelectuales y prensa tuvieron que aguantar una censura veleidosa, la recta y absoluta ingenuidad y la "falta de sentido jurídico" del dictador.  Tendía éste hacia un tipo de justicia muy simple, y, en esta tendencia, a la que iba unido el desprecio hacia el jurista, intervenía en el curso de la justicia, no respetaba las leyes anteriores ni sus propios decretos y, puesto que podía dictar la ley que le pareciese conveniente y consideraba el imperio de la ley como un proceso de suspensión y modificación de la misma para adaptarla a los casos concretos, la ignorancia jurídica del régimen era casi su característica más palmaria.
Ante esta situación, los gritos de intelectuales, políticos, abogados y periodistas en pro de la independencia judicial y el Estado de derecho caían en el vacío.
Esta insensibilidad jurídica quedó patente cuando una extensa oposición se ordenó en el complot de la "sanjuanada". Terminado este movimiento en fracaso, a Primo de Rivera, sin ajustarse a la letra de las leyes, se le antojó multar a las personalidades patrocinadoras .  Al conde de Romanones le impuso 500.000 pesetas (de 1926); 200.000 al general Aguilera; 100.000 al general Weyler; 100.000 a Gregorio de Marañón, y otras cantidades menores a otros miembros.
Cada vez eran más los exiliados en París.  Había aquí desde miembros de la C.N.T. a Juan March, desde el general Millán Astray hasta Blasco Ibáñez, pasando por Sánchez Guerra, Maciá y Unamuno.
El fracaso político se hacía más evidente.  La imitación del fascismo había sido superficial: no había partido de masas ni tenía una mística de la juventud.  La Unión Patriótica y los somatenes se limitaron simplemente a sustituir a los antiguos caciques.

LA DICTADURA Y EL FRACASO POLÍTICO (I)

Se ha dicho que si una dictadura pudiera irse, nunca sería tan grave; pero no puede marcharse ni en el triunfo ni en el fracaso.  En el fracaso, porque necesita triunfar; en el triunfo, porque el abandono carece de justificación.  ¿Cuál es el momento prudente para retirarse de un dictador? ¿Cuándo la naturaleza de un régimen dictatorial puede considerar que ha conseguido la normalidad? ¿No sienten los dictadores un desprecio olímpico por la noción del tiempo?
Desde el punto de vista constitucional, la Dictadura pasa por dos etapas bien diferenciadas, impulsada por una única tendencia progresivamente afirmada,.  Primera etapa: la Dictadura, régimen transitorio, lleva a cabo con decisión y éxito su primer contacto con los problemas que determinaron su aparición; se restablece la paz social, se asegura el orden público, se pone en funcionamiento un ágil e improvisado sistema de administración central, provincial y municipal.  Es la época del Directorio Militar, integrado por nueve generales y un contraalmirante y presidido por el propio dictador.  Lo que se había propuesto Primo de Rivera era atar las manos las antiguas castas políticas, cortar los vicios de la Constitución canovista del siglo pasado y abordar el problema de la decadencia de España saneando una administración relajada y con exceso de personal; ahora se gobernaría por decretos, y los generales de brigada se harían cargo de las provincias, mientras los capitanes eran nombrados delegados cerca de los ayuntamientos.
Pero esta militarización del aparato político no estaba dando buenos resultados a finales de 1924: el problema marroquí seguía en pie; la prensa, descontenta; los antiguos políticos no eran sustituidos por otros nuevos y mejores; hasta la propia administración militar era inaceptable para el ejército.  Primo de Rivera se dispuso a dar los primeros pasos de la demilitarización.  Sus ilusiones estaban puestas en la Unión Patriótica (U.P.), aunque sus propios colaboradores la miraban con recelo.  Nacida en abril de 1924 como "reunión de hombres de todas las ideas", trataría de reafirmarse "cuando la ocasión de formarse de nuevo los partidos sea llegada".  La U.P. se convertirá en una especie de partido único, fundamento del régimen. La U.P. estaba concebida como núcleo aglutinante apolítico de patriotas, abiertos a todos; pretendía constituir un sistema de conducta organizada, una forma de regeneración moral, una asociación de ciudadanos de verdad.  Era un partido en el sentido antiguo, es decir, un grupo de hombres que compartían convicciones (especialmente una: que la dictadura les convenía).  A sus miembros más sinceros ex carlistas y mauristas se les antojaba una liga anti-caciques.  Sus miembros se opusieron tenazmente a la democratización del régimen.  Estaba muy claro que el único grupo de hombre lo bastante capacitado como para dirigir la nueva España era la vieja casta política.
Segunda etapa: la gran victoria sobre Marruecos dio al dictador la oportunidad y el prestigio para institucionarlizar su poder y cambiar el Directorio Militar por un Directorio Civil.
La Unión Patriótica no podía facilitar un gobierno a la altura de 19251926.  Primo de Rivera seleccionó a una serie de hombres jóvenes, no comprometidos políticamente, para sustituir (diciembre de 1925) al Directorio Militar. Estos hombres eran el duque de Tetuán, que pasó a ocupar el Ministerio de la Guerra; Cornejo, el de Marina; Ponte, el de Gracia y Justicia; Callejo, el de Instrucción Pública; Martínez Anido, el de la Gobernación; Calvo Sotelo (nacido en 1893), el de Hacienda; José de Yanguas, el de Estado, y Guadalhorce, el de Fomento.
El régimen dictatorial seguía mostrándose incapaz de llevar a cabo una obra de reconstrucción política capaz de sobrevivir a la transitoriedad que implica toda dictadura. La clave esencial del fracaso de Primo de Rivera fue esta incapacidad de llevar a cabo una obra de reconstrucción política planteada ya desde 1917.

LA DICTADURA Y EL PROGRAMA SOCIAL

El programa social de la Dictadura había anunciado la supresión de la lucha de clases, la eliminación del fantasma revolucionario y su simpatía por el trabajo honesto.  Se establecieron los comités paritarios obligatorios; se entró en contacto con los reformistas Largo Caballero e Indalecio Prieto y se reglamentó el trabajo nocturno de las mujeres.  Pero los obreros no dejaron de comprobar que los salarios no seguían la curva de la prosperidad patronal ostentosa, y que la huelga había sigo prohibida.  Algo más grave fue el descuido en que se tuvo el problema agrario.  Se colocaron cuatro mil colonos en 20.000 hectáreas, con dos millones de crédito, según las cifras más favorables (diez veces menos, según otras fuentes).  De todas formas, no eran cifras a la altura de la reforma agraria que había que intentar.  En 1930 se verá cómo el conflicto social había conservado su carácter agudo.
Ahora bien, si Primo de Rivera persistía en una benevolente actitud hacia el socialismo, se propuso desterrar o aprisionar a todos los cuadros anarquistas.
Para deshacer a la C.N.T. se valió del estado de sitio, de la abolición del jurado, de la censura de prensa, de una especie de policía armada (el Somatén) y de un experto en el Ministerio de Gobernación, llamado Martínez Anido.  Mientras Pestaña y Peiró discutían si aceptaban o no el arbitraje laboral del gobierno, el purismo revolucionario revivía las quintaesencias bakuninistas al fundar en 1927 la F.A.I. (Federación Anarquista Ibérica).  De todas formas, los militantes de la C.N.T. dejaron prácticamente de existir durante los siete años de la Dictadura.
Desde este mismo punto de vista de la política social es preciso destacar la colaboración y el diálogo que prestaron al gobierno del dictador la U.G.T. y el P.S.O.E., cuyo líder, Francisco Largo Caballero, recibirá el nombramiento de consejero de Estado.  Los sindicatos católicos se quejarán del mimo con que el régimen trata al socialismo y dirán que la Dictadura favorecía a los sin Dios: "gobiernan las ideas católicas, pero no los trabajadores católicos".
Bajo esta protección dictatorial, un importante sector del Movimiento Obrero aumentó enormemente sus efectivos y parecía que el socialismo obrero se iba a convertir en el gran representante del proletariado de cara al futuro.  Además, al configurarse los comités paritarios, la U.G.T. tomó posesión de la inmensa mayoría de las delegaciones obreras en los comités, y desde ellos ensanchó las bases de su poder.  Otras ventajas estaban sacando los socialistas: casas baratas, servicios médicos, influencia en los arbitrajes laborales, organizaciones propias, con gestiones honestas, perseverantes y útiles; tenían mecanógrafa, secretarias, seguros de enterramiento, la cooperativa de Madrid, etc...  Los prohombres de la Dictadura visitaban las Casas del Pueblo y las cooperativas socialistas y reconocían en público la honrada gestión de estos reformadores socialistas.  El propio Primo de Rivera celebró una entrevista con el líder del sindicalismo socialista asturiano, Manuel Llaneza, de la que surgiría un conato de socialización industrial en la mina de San Vicente, administrada por el Sindicato Minero Asturiano, del que eran cabezas Amador Fernández y Belarmino Tomás.
Toda esta situación, ¿no definía a los socialistas como "lacayos", "oportunistas" y colaboracionistas?  Es cierto que el partido, después de la escisión comunista de 1922 había caído en manos moderadas, que aceptaban el paternalismo del régimen.  Maurín dirá refiriendose a la actitud de los jefes socialistas en 1923 que "la historia de la social-democracia en España es una historia de traición sistemática".  Republicanos intelectuales presagiaban horribles derrotas a los socialistas si permanecían al margen de la lucha contra la dictadura.  Largo Caballero no podrá aguantar estas circunstancias y se negará a participar en los últimos proyectos dictatoriales, alegando que su comportamiento era pura táctica, ya que la U.G.T. tenía que continuar siendo una fuerza eficaz en la lucha contra el capitalismo.  Largo Caballero estaba convencido y hacía callar a sus detractores diciendo que el partido rechazaría dictaduras y monarquías, preparándose exclusivamente para su "misión histórica".  De todas formas, el "pabloiglesismo", más deformista que revolucionario, estaba dejando huella.

LA DICTADURA Y MARRUECOS

El éxito de Primo de Rivera en la pacificación de Marruecos no fue negado por nadie,  supuso la base para la consolidación del régimen.
Primo de Rivera heredó en Marruecos una mala situación.  En la parte oriental, el poder de Abd-el-Krim crecía, y junto con Mohamed el Jeriro, la situación se agravaba en Yebala y el Rif.
Contra lo que cabía esperar, las ideas del dictador sobre Marruecos eran radicalmente abandonistas; sus idea las conocían todos, ya que las había expuesto reiteradamente en frases como éstas:

"Es preciso que este problema de Marruecos no comprometa el desenvolvimiento nacional de España, que tanto necesita de sus propios recursos.  Abd-el-Krim nos ha derrotado.  Tiene la inmensa  ventaja del terreno y de unos seguidores fanáticos.  Nuestras tropas están cansadas de la guerra y lo han estado durante años.  Personalmente, soy partidario de que nos retiremos totalmente de África y que la dejemos a And-el-Krim."

La tesis del dictador coincidía con el deseo de los políticos: "semiabandono" y evacuación de una buena parte de la zona marroquí.  En contra de todo esto se situaban algunos militares que anhelaban un desquite.  En julio de 1924, estando Primo de Rivera en Marruecos, los militares africanistas le ofrecieron un banquete en el que presentaron sin ambages su convicción sobre el desastre de una retirada en la parte oriental.  Fue muy duro el encuentro entre el dictador y el ejército de África.  El general Sanjurjo pasó instantes de trágica preocupación, con la mano en la culata de su revólver, temiendo verse obligado a defender la persona de Primo de Rivera.  Al marcharse, se volvió hacia el jefe, a quien creía principal responsable del suceso, y le dijo: "¡Muy mal, teniente coronel, muy mal! ¡Esto no se hace ni con el jefe ni con el huésped!"
En octubre de 1924, Primo de Rivera se arrogó el mando de alto comisario general en jefe del ejército de Marruecos.  A finales de noviembre ya se habían abandonado más de ciento ochenta posiciones.  Estaba demostrando valentía para imponer sus ideas al ejército de África  y exigirle algo heroico y carente de gloria: batirse muy cruentamente para perder frente a un enemigo creciente.
Mientras, el prestigio y la fuerza de Abd-el-Krim crecían.  Le esperaba otro éxito más.  Durante la primera mitad de 1926, la situación francesa fue comprometidísima.  Abd-el-Krim y los rifeños atacaron sus líneas y les infligeron serios desastres, cortando la carretera de Fez.
La posibilidad de una acción militar conjunta hispano-francesa contra Abd-el-Krim va a ser la base del rápido proceso que hace virar a Primo de Rivera en lo de Marruecos.  Se dan los pasos a través del ex ministro francés Maloy, por medio de la Conferencia Hispano-Francesa de Madrid y de las entrevistas de Petain y Primo de Rivera.  Éste había pasado de una actitud defensiva a la idea de desembarcar y derrotar a Abd-el-Krim.
El bien concebido desembarco de Alhucemas (1925) concluía en la primavera de 1927 con la ocupación total del territorio.  Primo de Rivera había rectificado con coraje la estrategia: de la política de control y penetración pacífica pasó a la ocupación militar con la cooperación militar de Francia.
Ello daba lugar también a la obra de colonización de España en Marruecos, basada en estos puntos: implantación de la administración mixta que correspondía a un país de protectorado; conocimiento estadístico del país; introducción de la sanidad y enseñanza; promoción de obras públicas; intensificación de la producción minera; respeto a las costumbres y a la población indígena.  Sin embargo, no será esta obra del todo exitosa, teniendo en cuenta la tardía pacificación, la geografía del país y la propia situación de España.
Un aspecto repetido y muy de tener en cuenta es que en campañas marroquíes se forjó el ejército español del primer tercio del siglo XX, y de esa escuela saldrían experimentados jefes.

MIGUEL PRIMO DE RIVERA: LA DICTADURA Y CATALUÑA

El problema regional no fue tratado por la Dictadura con amplitud.  En Cataluña se destruyó la Mancomunidad de 1912 y su obra.  La alianza con las clases dirigentes catalana y vasca se perdió rápidamente.  Pero como su patriotismo regional ya se había vuelto sospechoso, los "nacionalistas" fueron alimentados ahora por la oposición democrática.  La unidad moral española se vio más amenazada.
Sin duda alguna, Cataluña había sido para Primo de Rivera la principal plataforma de lanzamiento hacia el poder.  Hasta el 13 de septiembre de 1923, Primo de Rivera, capitán general, simpatizaba con todo lo catalán; amaba y respetaba su lengua, su bandera y sus costumbres; protegía al Somatén; era amigo de catalanes como Puig y Cadafalch, presidente de la Mancomunidad, y del marqués de Alella, alcalde de Barcelona.  Antes de marchar a Madrid, el general reiteró su respeto y simpatía por lo catalán y legó a decir: "Será para mí el mayor honor de mi vida dar satisfacción a los anhelos de este pueblo (el catalán), al que tanto debo".
Una vez asumido el poder, modificó su postura en un sentido restrictivo.  Esta rectificación de Primo de Rivera para con el regionalismo catalán está en la línea de su conciencia política, no dispuesta a tolerar la más mínima amenaza a la unidad de la nación.
La teoría política del dictador intentó demostrar en todo momento que la región, como unidad política, no era "real", ni social, ni histórica, sino simple invención de una minoría de intelectuales separatistas.
Las relaciones de la Dictadura con Cataluña son desfavorables para Primo, al no entrañar aspecto positivo alguno, y se ha llegado a decir que uno de los máximos errores del dictador fue su ruptura con la burguesía catalanista.  No están nada claras la rectificación y vacilaciones de Primo de Rivera para con Cataluña.  Sus mudanzas de criterio le hacían aparecer como mantenedor de un criterio descentralizador, a la vez que se comportaba con un sentido unitarista, reaccionando violentamente hasta el punto de querer acabar con el catalanismo.  Primo de Rivera debía saber que éste era un problema grave; por lo menos así lo escribía con lucidez y vehemencia un alto funcionario y testigo de la situación, Calvo Sotelo:

"Y mirando a Cataluña, se debe tomar en cuenta su estado espiritual, primeramente; y lo que significa su Mancomunidad después.  Sin exageración alguna, por desgracia, puede decirse que la situación de Cataluña es grave, gravísima.  No nos hagamos ilusiones... Mi preocupación no es mía solamente... es del propio Marqués de Magaz, sustituto interino de usted."

Como en otros muchos aspectos, Primo de Rivera entendía el regionalismo de una forma harto simplista.  Para él, Cataluña, dentro de la unidad nacional, presentaba algunas diversidades folklóricas: danzas, artesanía y algún que otro "atractivo turístico". Ni siquiera a la lengua catalana se le dio un respiro: el uso oficial de dicha lengua fue prohibido incluso en la iglesia, ignorando, de este modo, un hecho tan evidente como el que en la Feria del Libro de Barcelona de 1929 se vendieron 40.000 libros en catalán y sólo 5.000 en castellano.
La Mancomunidad y cualquier otro aspecto del catalanismo político fue desmantelado.  La burguesía catalana y los catalanes conservadores que habían apoyado a Primo de Rivera se dieron cuenta de que el dictador llegaba demasiado lejos.  Pero también, en sus complacencias, la gran burguesía catalana había perdido el control, y sus soluciones eran ya imposibles.   Los catalanistas se acercaron más al separatismo republicano de Maciá.

MIGUEL PRIMO DE RIVERA: LA DICTADURA Y LA ECONOMÍA (III)

También la muy favorecida oligarquía española montó un ingenioso "tinglado" de impuestos indirectos, del que resultaba que casi todas las cargas del Estado las soportaba el consumidor. Se señalan nada menos que el 47% de los gastos totales del Estado pagados por las clases pobres en impuestos indirectos.  En correspondencia, las grandes y medias fortunas eran intocables, y así vemos cómo los impuestos sobre la renta y la fortuna personal en el conjunto de los ingresos del Estado eran en España la mitad que en Estados Unidos o Inglaterra.
En los intentos del dictador por mejorar la industria, agricultura, comercio exterior, obras y servicios públicos se percibe la preocupación por aumentar la renta nacional española y por mejorar su distribución.  El problema vino cuando la Dictadura trató de implantar su política económica sin alterar, prácticamente, la estructura social española, con lo que aparecieron situaciones de tensión muy graves.
Los problemas financieros españoles eran algo crónico y con tendencia a empeorar a partir de 1917. La escasez de oro producía sus efectos negativos en el cambio y en el comercio; los impuestos indirectos beneficiaban cada vez más a la oligarquía, que de paso presionaba sobre la administración para ocultar los beneficios de las clases poderosas.  En 1923, el deficitario comercio exterior, el incremento de los gastos públicos (Marruecos) y la especulación agravaron la situación de la peseta, y la opinión pública, soliviantada, allanó la llegada de primo de Rivera.  Abundante dinero extranjero se dirigió a España en busca de colocación, lo que supuso una etapa de confianza.  Por lo demás, las ideas financieras de Primo de Rivera eran bien simples: quería que se gravase el capital.  Su ministro de Hacienda, Calvo Sotelo, puso en marcha un enderezamiento financiero, que terminó en el más rotundo fracaso.  Se propuso basar el presupuesto en un impuesto efectivo sobre la renta, que sería moderno, eficiente y socialmente justo.  Pero a esto se opusieron las clases poderosas, los conservadores y la aristocracia bancaria.  El combate fue enconado, ya que los "tiros" iban contra el gobierno mismo (no sólo contra Calvo Sotelo). El gobierno se veía impotente frente a estas presiones.  La realidad fue que el sistema de impuestos no se transformó, y los presupuestos, por debajo de falsas apariencias, arrojaban fuertes déficit.
Se partía del supuesto que los ingresos ordinarios aumentarían con una economía en expansión y que, por tanto, no serían necesarios fuertes impuestos para obtener dinero para la inversión y la obras públicas.
En este intento de sanear la deuda pública y reconstruir, modernizar y expandir la economía española, se crearon nuevos bancos paraestatales: el Banco Exterior de España (para liberar el comercio exterior), el Banco Hipotecario (para financiar la construcción de viviendas) y el Banco de Crédito Industrial (para financiar la nueva industria).
Con idénticas finalidades, unido a la acuciante necesidad de ingresos públicos y a un nacionalismo económico, se crearon los monopolios, como el de la CAMPSA, dispuesta a obtener para el Estado los beneficios conseguidos en España por la Standard Oil y la Shell y a convertir el refinado de petróleo en una industria nacional, a la vez que se nacionalizaba la distribución del petróleo y se confiscaban la instalaciones de las compañías petrolíferas. Esta situación creó una paradoja, muy repetida en otros momentos: la Unión Soviética tuvo que abastecer de petróleo a un país de régimen opuesto.  Una de las secuelas de todo esto fue que los capitales extranjeros no quisieron invertir y los intereses financieros españoles (como el mallorquín Juan March) se unieron a la oposición descontenta.
Las dificultades se iban acumulando; pese al proteccionismo y a las altas tarifas aduaneras, la balanza comercial española y la cotización de la peseta eran desfavorables; salían cada vez más divisas, hasta que la peseta terminó por hundirse totalmente.  El hundimiento de la peseta estaba patentizando el desmoronamiento del régimen.  Ya en marzo de 1927 la peseta alcanzaba el 93% de su valor nominal y, en 1928, el déficit era de 18,786 millones de pesetas.  Esto, unido a la voz de que nacionalizarían todas las compañías extranjeras de España, imitando el caso de la CAMPSA, provocó la retirada masiva de capitales, el pánico en la Bolsa y la devaluación exterior de la moneda.  Calvo Sotelo intentó revalorizar la peseta (en contra de Cambó, partidario de la devaluación, forma de que no huyeran los capitales, de que se financiara el comercio exterior y de que no se agotaran las reservas metálicas), pro con escaso éxito.  Calvo Sotelo abandonaba su ministerio.  La crisis del 29 había entrado en España.
Resumiendo: una crisis económica había traído la Dictadura y otra crisis económica le ponía fin.

MIGUEL PRIMO DE RIVERA: LA DICTADURA Y LA ECONOMÍA (II)

En lo que respecta a la agricultura, si bien las cosechas de vino y aceite fueron muy buenas, hubo necesidad de importar cereales, especialmente trigo y maíz.  En realidad todo siguió igual.  La agricultura continuó manteniendo sus dramáticas deficiencias.  El malestar de la población agrícola siguió en aumento, vinculándose fuertemente al sindicalismo.  La acción de la Dictadura, en este sector, estuvo presidida por un deseo de no alterar de manera esencial la estructura agraria de la nación.  Las medidas de Primo de Rivera estuvieron encaminadas, en todo momento, a contentar a la oligarquía latifundista, mientras la vida del campesino siguió plagada de dificultades.
Es innegable que durante la Dictadura, al amparo de la ola de prosperidad mundial, se estimuló el desarrollo industrial. La producción minera aumentó considerablemente.  El Estado limitó las exigencias de las clases trabajadoras y subvencionó a los capitalistas hulleros con 1.250.000 pesetas mensuales.  La producción de mineral de hierro se duplicó entre 1926 y 1929, y la de carbón aumentó en más de medio millón de toneladas.  Igual ocurrió con el cobre, plomo, zinc... La crisis de 1929 afectó al sector minero con los consiguientes cierres de minas, paro y pérdida de jornales.
La siderurgia y la metalurgia se movieron también por una senda alcista mientras no hubo crisis y a un ritmo muy parecido al de la época de guerra.  La producción de cemento experimentó constantes progresos, lo mismo que la electrificación, alcanzando la energía producida en 1930 un total de 2.609 millones de kilovatios/hora y llegando espectacularmente la electricidad a los medios rurales.  Sólo la industria textil se mantuvo en sus antiguos límites, sufriendo unos precios elevados, unas altisimas tarifas, una insignificante exportación y una flojísima demanda interior.
De cualquier forma, la producción industrial experimentó una sensible mejoría.  Los índices de producción minera e industrial prácticamente se duplicaron, si bien, a partir de 1931, la crisis haría decrecer drásticamente el rimo económico.
También el comercio tuvo un desarrollo considerable, aumentando el comercio exterior un 300%, aunque la balanza comercial fuese deficitaria para España y las exportaciones tuviesen una tendencia a aumentar y las importaciones a disminuir, prueba inequívoca del desarrollo de la economía nacional.
La prosperidad de la Dictadura fue en parte consecuencia del orden, cualquiera que fuese el modo como se consiguió, y tuvo también sus exponentes en la modernización de los ferrocarriles, en la construcción de carreteras y embalses y en la celebración de exposiciones internacionales en Barcelona y Sevilla (1929).  ¿Fue todo esto un reflejo de las ideas de Joaquín Cost o un esplendor aparente, ejemplo del exhibicionismo económico?
En lo que respecta a la política económica y financiera de la Dictadura, ya hemos dicho que favoreció a olivareros y cerealistas, contentando con diversas medidas a la oligarquía latifundista.  Por el contrario, tenderos y fabricantes se vieron fiscalizados al máximo por la política hacendística de Calvo Sotelo.  Por su parte, la oligarquía agraria y la financiera llegaron a un acuerdo (lo mismo que agrarios e industriales) para prohibir la importación de los artículos que se fabricaban en el país.  El intervencionismo en pro de una industria nacional era algo muy caro a Primo de Rivera, a quien obsesionado por sueños de autarquía, le dolían los vinos franceses y los automóviles americanos de las clases altas.  Todo artículo susceptible de ser producido o elaborado en España debía ser producido en ella, independientemente de su coste de producción; de ahí la "intervención" para salvar la producción doméstica de carbón, plomo y resina, de ahí su intento de crear una industria automovilística nacional, de financiar la producción de algodón nacional mediante arancel sobre el importado y de intensificar la política cerealista.  La economía española cayó por tanto en manos de comités que lo regulaban todo, desde la energía hidroeléctrica hasta la industria de las pieles de conejo.  La intervención y el control eran criticados por los grupos que los padecían o por los que no se beneficiaban de ellos; para éstos, lo que el régimen calificaba de política "nacional" ocultaba la defensa de los intereses que sus hombres optaban por amparar mediante un presupuesto hinchado, y a los enemigos de la política económica del dictador, la nueva burocracia "técnica" se les antojaba un mero intento de crear un sindicato para la explotación de la influencia oficial.

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28 jul 2012

MIGUEL PRIMO DE RIVERA: LA DICTADURA Y LA ECONOMÍA (I)

La etapa de la Dictadura se benefició, como hemos dicho, de la oleada de prosperidad mundial.  España estaba saliendo de la crisis de la posguerra. Esta crisis es la causa profunda que provoca la irrupción del régimen dictatorial; las quiebras y los conflictos sociales, el incremento del paro, la caída de precios, la inflación cada vez mayor, en una palabra, el caos económico y social en que está sumido el país posibilitan el que Primo de Rivera cuente con el apoyo burgués, con la benevolencia de las clases neutras y no se vea enfrentado violentamente con el proletariado.  A partir de 1924 (los "felices años veinte"), la ola de prosperidad invade Europa y España, y la Dictadura, a pesar de todo, irá sobreviviendo al amparo de este bienestar.
Pero si la coyuntura económica fue la fuerza profunda que posibilitó la llegada de la Dictadura, provocó también su caída cuando en 1929 se rompió bruscamente la coyuntura expansiva y quebró el capitalismo liberal.
Occidente sufría  una tremenda sacudida (intervencionismo del New Deal, devaluación inglesa, ascenso de Hitler al poder...) a la que España no fue ajena (caída de Primo de Rivera y de la monarquía, implantación de la República).  La mayoría de los autores afirman que la crisis mundial de 1929 acentuó las dificultades en que se debatía el dictador, y aunque otros sostuvieron que la Dictadura cayó por causas políticas, tendríamos que decir que las tensiones que causó la economía de la Dictadura sobre la estructura social existente retiraron un punto de apoyo formidable que quizá hubiese permitido a Primo de Rivera subsistir a la crisis de principios de 1930.
Repetidamente se ha afirmado que el gobierno de la Dictadura, en el aspecto económico, acometió proyectos de altos vuelos y consiguió resultados espectaculares.  Vamos a citar algunos de estos propósitos y logros, comenzando por la agricultura.
Las deficiencias de la estructura agraria son gravísimas, como reflejan unas cifras de la superficie inscrita en el catastro en 1928.  Había, por ejemplo, poco más de diez millones de fincas menores de diez hectáreas, y que ocupaban 8.014.715 hectáreas; por el contrario, había 12.488 fincas de más de 250 hectáreas.  Por otra parte, de un total de 49.080.862 hectáreas del campo español, más de 24,5 millones eran de terreno inculto y más de 5,5, improductivo.
En la distribución de todas estas propiedades rústicas, las cifras son impresionantemente más significativas: 1.775.305 propietarios eran dueños de 11.366.390 hectáreas (a 6,41 cada uno), mientras que sólo 14.721 propietarios poseían una cantidad muy superior: 11.068.700 hectáreas (a 752 cada uno).
Si a esta situación sumamos los problemas y secuelas del minifundio y de los arrendamientos, queda patente la "enfermedad" de la agricultura española.
Primo de Rivera intentará subsanar todo esto de dos formas: con la reforma agraria y con el Plan de Obras Hidráulicas.  La reforma agraria que intentó el dictador fue breve y abortada, y se limitó a dos decretos (7 de enero de 1927 y 7 de enero de 1929), que se tradujeron en la compra por parte de los cultivadores de 21.000 hectáreas de tierras y en el adelanto a favor suyo por parte del Estado de la exigua cantidad de 2.148.000 pesetas.  Cuando en 1929 Primo de rivera anunció que iba a ser el año de la reforma agraria, los aristócratas y terratenientes influyentes en palacio combatirán con todas sus fuerzas lo que calificaban de "atentado abominable contra los sagrados derechos de la propiedad".
La otra solución consistió en la creación de las Confederaciones Sindicales Hidrográficas (decreto-ley del 5 de marzo de 1926).  Su objetivo era racionalizar la explotación de los grandes sistemas fluviales españoles.  El sueño de Costa parecía realizarse.  el Estado obligaba a agricultores e industriales a sindicarse en cada cuenca fluvial, para invertir dinero, con ayuda de un plan de regulación de aguas, riegos y electrificación.  En dicho aspecto, hubo una confederación que realizó un buen trabajo: la del Ebro, porque un gran ingeniero, Lorenzo Pardo, encontró allí la ocasión de materializar sus viejos anhelos: presas en las fuentes del Ebro y cuencas subpirenaicas, extensión del canal Aragón-Cataluña, importante red de estudios hidrológicos.  Desgraciadamente, la obra tuvo sus defectos: presupuestos establecidos con muchos ceros y maniobras de los proveedores.  Y fue un casi aislado.  Ninguna otra confederación pudo comparársele.  Los industriales se mostraban reservados, y los agricultores, sin grandes recursos.  el Estado tenía una pesada carga, y los planes quedaron en el papel. Las confederaciones cayeron en el mismo descrédito de toda la Dictadura, que, por el "Circuito de Firmes Especiales" (carreteras) y las exposiciones de 1929, costosas manifestaciones de prestigio, fue tachada de megalómana.

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